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Niños y pesadillas: ¿Cuándo los malos sueños dejan de ser normales y hay que preocuparse?

Dos expertas entregan algunas recomendaciones que pueden ayudar a los pequeños que tienen dificultades al momento de enfrentarse a la noche, y para que sus miedos no afecten su calidad de vida ni la de la familia.

21 de Mayo de 2019 | 11:00 | Redactado por María José Hermosilla, Emol
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El Mercurio (archivo)
La llegada de la noche es la señal que les dice a los niños que la hora de tener que ir a sus camas y prepararse para dormir está cerca. Sin embargo, para algunos ese se transforma en el peor momento del día, ya que temen que al cerrar sus ojos diferentes miedos y sueños no deseados invadan su tranquilidad.

El ver una película, una serie, jugar videojuegos o simplemente escuchar una historia de mucha acción o terror minutos antes de irse a la cama, puede ser muy perjudicial para los pequeños que son más propensos a vivir episodios de pesadillas por las noches. Gritos, sudoración, taquicardia y estrés son algunos de los síntomas que presentan.

Sin embargo, tener pesadillas una vez al mes o cada cierto tiempo, es considerado normal. Pero cuando estas tienden a repetirse con mayor frecuencia y además causan un deterioro en la calidad de vida del niño y su familia, se está en presencia de un trastorno.

María José Krakowiak, neuróloga infantil del Instituto Europeo del Sueño, explica que este tipo de parasomnias (eventos anormales durante el sueño) ocurren en la segunda mitad de la noche, precisamente en la etapa más profunda del sueño, llamado REM (Rapid Eye Movement).

"Pese a que las pesadillas son eventos indeseados que producen estrés, sudoración, taquicardia, palpitaciones y mucho susto en los niños, son consideradas benignas porque no provocan alteraciones. Sin embargo, cuando estas son frecuentes, impactan en la calidad de vida tanto del niño como de su familia, ya que muchas veces los pacientes sienten temor de ir a dormir y presentan dificultades para iniciar y mantener el sueño, lo que produce un deterioro en áreas del funcionamiento social y cognitivo, entre otros", explica.

Cuando el niño tuvo una pesadilla y al día siguiente se despierta recordando el sueño, esa podría ser una señal para los padres que podría diferenciar entre el trastorno de pesadillas con los terrores nocturnos. Estos últimos producen desorientación en el niño, ya que muchas veces ni siquiera reconocen a sus padres mientras dura el episodio y al día siguiente no recuerdan lo sucedido.

Verónica Rico, psicóloga del Instituto Europeo del Sueño, agrega que para diagnosticar un trastorno de pesadillas, tienen que presentarse tres situaciones. La primera son repeticiones de sueños que emocionalmente producen desagrado, molestia y que, generalmente, involucren amenazas a la supervivencia, la seguridad o la integridad física del niño.

La segunda, es cuando recuerdan el sueño luego de despertar. Y la última cuando estos cambios en el sueño causan alteraciones del estado de ánimo, ansiedad a la hora de acostarse, miedo a la oscuridad, deterioro cognitivo, problemas de comportamiento, somnolencia diurna, fatiga o poca energía y deterioro social, entre otros.

Ojo con las películas de terror


En general, los niños con trastornos de pesadillas tienen antecedentes familiares, los que pueden ser gatillados por una película de miedo o de acción, durante algún episodio de fiebres altas o por vivencias o experiencias traumáticas.

Para evitar este trastorno es recomendable mantener una rutina de sueño, es decir, acostar al niño todos los días a la misma hora, evitar los estresores que le provocan pesadillas como, por ejemplo, evitar ciertas películas o contenidos que puedan ser agresivos o amenazantes, y no exponerlos a situaciones de estrés como cambios bruscos en su contexto habitual, recomiendan las expertas.

"Entre los tratamientos que se suele realizar a niños con este trastorno, es trabajar a través de la relajación e imaginación, con el objetivo de modificar en vigilia ciertos contenidos de las pesadillas", señala Verónica Rico.

Krakowiak aclara que, en general, estos trastornos no se tratan con fármacos, salvo casos muy severos.
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